Nadie le discute su minucioso conocimiento de las uvas, las bodegas y los viñedos del Duero. A su condición de maestro y referencia inexcusable cuando se habla de calidad, Mariano García suma una perspectiva hedonista del vino que ha mantenido desde hace décadas.
Aunque a él no le gusta escucharlo, consciente de que los grandes vinos son de alguna manera inimitables, lo cierto es que los profesionales de la cata, equivocados o no, con relativa frecuencia detectamos rasgos que nos llevan a la conclusión de que ciertos vinos han tomado como modelo alguno de los que se hacen en Bodegas Mauro (Tudela de Duero) o en Bodegas y Viñedos Maurodós (Pedrosa del Rey). Otra cosa es que logren ese grado de complejidad y amplitud que alcanzan los vinos de Mariano García y de su hijo Eduardo, y que, como estos, sean una invitación a seguir bebiendo. “Hay gente que está muy equivocada” –explica Mariano– “pensando que yo tengo una especie de fórmula para la crianza. Parece mentira que a estas alturas se sostengan cosas de este tipo. Mis elaboraciones, como es lógico, son el resultado de escuchar las necesidades de cada vino, de sus exigencias y de sus requerimientos. Es el vino el que determina la crianza. En realidad la madera no me preocupa, más allá de los requisitos de calidad elementales que conoce todo el mundo: grano extrafino, secado natural, tostado medio… Pero a mí lo que me importa es el vino. Saber lo que puedo y no puedo hacer con él. No pretender hacer un borgoña cuando no tienes ninguna posibilidad de lograrlo”.
A muchos enólogos del Duero les pasa con Mariano García algo parecido a lo que a Billy Wilder le ocurría con Lubitsch. Cuando tienen alguna duda, ya sea sobre el día de inicio de la cosecha o sobre la adquisición de un determinado viñedo en la Ribera o en Toro, tratan de resolverla respondiendo a una pregunta. ¿Qué haría o, mejor, qué va hacer, Mariano García? En su caso, a menudo esos enólogos pueden comprobar la manera de proceder del maestro. Durante la época de la vendimia, por ejemplo, les basta con salir al campo y observar si las viñas que integran el pequeño imperio de Mauro están siendo recolectadas. Otras veces el dilema se resuelve descolgando el teléfono y preguntándole. “Mi padre es un hombre generoso”, afirma Eduardo García, desde el año 2001 al frente de Maurodós, la bodega que la familia tiene en Toro. “Si él sabe algo que te puede ayudar, te lo va a decir”.
Consejos y asesorías, en ocasiones constituidas sin más impulsos que la amistad, el divertimento y las ganas de aprender, confirman a Mariano García como uno de esos maestros que no necesitan guardarse sabiduría para parecer interesantes. La actitud generosa y la curiosidad lo han llevado hasta territorios más allá del Duero (Rioja, El Bierzo), en los que ha aplicado conocimientos y experiencia dejándose cautivar por las personas y por las viñas. En alguno de ellos incluso ha echado raíces, caso de El Bierzo, donde ha contribuido a que sus hijos Alberto y Eduardo pusieran en marcha la bodega Paixar, pionera de los nuevos tintos de la región leonesa, en colaboración con la familia Luna Beberide. Esta paulatina y calculada ampliación del negocio, que puede completarse en los próximos años con algún proyecto en Galicia –el objetivo sería elaborar un blanco a partir de viñedos que merezcan la pena–, no ha dejado de colgar medallas en la solapa de Mariano García. Sus servicios son requeridos, sus vinos son permanente objeto de envidia y hasta de imitación.
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